domingo, 7 de agosto de 2011

De la pasión y el arte


Sucede, a veces, que las pasiones y el arte se cruzan. Volaban las musas por el Montparnasse; esas musas grises que nos conducen al tormento, al sufrimiento, a la locura en el peor de los casos. Lee Miller fue una de ellas. Con tan solo 22 años era una modelo reputada, portada del Vogue y disputada por fotógrafos, por cineastas e incluso por una ristra enorme de amantes, que se debatían por sus atenciones - Cocteau le dio un papel en su película " La sangre de un poeta", Picasso llegó a pintar hasta 6 retratos de ella -


 

Sin embargo, en ninguno despertó tanta pasión como en el fotógrafo Man Ray. Cuando Lee decicide dejar Nueva York para marcharse a París tiene muy claro a quién busca. Años más tarde, ella reconocería, que había provocado aquel encuentro en la cafetería del Montparnasse, donde se ofreció como alumna y él la rechazó con solo dos argumentos: que no aceptaba alumnos y que al día siguiente partía hacia Biarritz. Se fue con él. Durante los tres años que permanecieron juntos trabajaron codo a codo. Primero como creador y ayudante, luego como amantes e iguales y por último en la etapa final como adversarios.


La calidad de la mujer como artista había quedado patente y su necesidad de independencia también. Como no podía ser de otra manera, los tiempos de bonanza en los que trabajaban mano a mano, en los que incluso hicieron un hallazgo importantísimo para la fotografía: la solarización, llegaban a su fin. Aunque los surrealistas de la época defendían el amor libre, de sus parejas femeninas esperaban que se comportasen de otra manera. Esta fue la principal causa de la ruptura entre los dos artistas. El rodaje de la cinta de Cocteau, propició que Man se ahogara en sus propios celos, y que en un arranque de locura seccionase el cuello de ella en una fotografía al enterarse de su relación con el ruso Zizi Svirsky, un personaje muy conocido en la sociedad parisina de la época. Corría el año 1932, y ante los acontecimientos Lee escapa de París y se refugia de nuevo en Nueva York. Al darse cuenta de lo que había hecho, Man compra una pistola y contó a todo aquel que quiso escucharlo que no sabía que hacer: si usarla para él o contra ella. Su locura era patente y tardaría muchos años en recuperarse. La pistola que enseñaba, apareció poco después en un autorretrato en el que su cuello pendía de una soga, y delante de él una botella con veneno que descansa sobre una mesa.


Luego, en los meses posteriores, el fotógrafo crearía dos de sus mejores obras en las que su musa seguía siendo ella. Cinco años tardaron en reconciliarse, pero aquel tiempo les sirvió para transformar aquel amor tumultuoso en una profunda amistad, que duró hasta la muerte del artista en 1976.

2 comentarios:

Serch dijo...

Es una bonita historia!
Lo cierto es que no los conocía.

fini dijo...

ahora mismo se está haciendo exposiciones a lo largo de toda españa de Man Ray: una de ellas en la fundación Caixa galicia de A Coruña...os lo comento por si os apetece conocer algo más de su obra:)

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