domingo, 4 de septiembre de 2011

La fidelidad a uno mismo




Define el diccionario a la honestidad como esa cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, (decir la verdad), de acuerdo con los valores de verdad y justicia. Se trataría de vivir de acuerdo a como se piensa, a como se siente....
De acuerdo con esto, una persona honesta es la que actúa conforme al pudor y las buenas costumbres; resumiendo la persona decente. Y a pesar de lo clara que es la definición, que no deja lugar a dudas, a estas alturas hemos de malgastar fuerzas en defender nuestra inocencia.

Presos de este mundo sinrazón, no es suficiente con que las mujeres parezcamos honestas, no, hemos de demostrar que también lo somos; porque de antemano se nos prejuzga desde que a Eva se le ocurrió mordisquear una manzana prohibida. Que no se usan los mismos raseros para hombres y mujeres, es bien sabido por todos: que no tenemos las mismas oportunidades, que se nos menosprecia por el simple hecho de ser mujer, también lo sabemos. La pregunta es  por qué sigue ocurriendo, por qué la jurisprudencia defiende al ultrajador frente a la víctima, simplemente porque esta llevaba tanga, o minifalda, o porque no gritó lo suficiente para que la oyesen. No quiero lanzar un grito victimista, yo al menos no me siento así, pero lo que si es cierto es que una se harta de tener que defenderse continuamente de ataques, de demostrar día a día que poseo ciertas cualidades que a priori no se ven, sólo porque una parte del extracto masculino vive en una perpetua paja minifaldera. Supongo que parte de la culpa es nuestra, somos "fashion victims" y nos encanta emular a esas heroínas televisivas que se han convertido en jarrones por propia voluntad, porque la rentabilidad de ese estatus les compensa todo lo demás. Pero al resto, a las comunes de las mortales, este juego nos cuesta la vida. Pero ya veis que digo supongo, porque en el fondo sé que la raíz del problema no esta ahí: porque si la culpa la tuviese nuestra forma de vestir- tan impropia como creen algunos- en todos los países donde las mujeres visten con esa mortaja a la que denominan burka ya lo habrían superado. Claro que la culpa no la tiene la moda, sino la costumbre que se instauró en la cueva: creadas para el uso y el disfrute del hombre, deshechadas cuando ya no les servimos. Es un problema de difícil solución, yo tampoco tengo la respuesta acertada.

Pero lo que si tengo es el suficiente poder como para hacer oídos sordos, como para ignorar a esas mentes huecas que dudan de mi coherencia; no tengo  porque pasarme la vida defendiéndome de un crimen que no he cometido, ni demostrar a cada paso que merezco el respeto que pido. Así que llegados a este punto, allá cada cuál con sus percepciones, y con sus pensamientos, y bienaventurados los que podemos ver porque los que no quieren algo se están perdiendo. Si Sócrates levantase la cabeza...

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