jueves, 19 de agosto de 2010

Lágrimas de Cristal.




CAPÍTULO CINCO









Recuerdo aquel verano con gran cariño. En agosto David se había marchado de vacaciones a casa de unos familiares, con lo que pude pasar enteramente los días a solas con Susana. Nunca me había enamorado antes y no sabía cómo se suponía que debía sentirme, pero sin duda me había enamorado de ella hasta la médula. Me volvía loco. Mataría por Susana.


El Mundo Exterior


Era jueves a media tarde, una de las horas menos concurridas en la cafetería del mercado. Unas señoras ya entradas en años comentaban las particularidades de muchos de sus vecinos mientras que, de forma rutinaria, daban pequeños sorbos a sus cafés y a sus tés.
— ¡Que sí hija, te digo que ese chico es un perdido! Míralo como anda — parecían observar a un joven que pasaba frente a la ventana del bar — vaya pintas. Si yo fuese su madre ya le habría hecho cortar esas melenas hace tiempo.
La señora Gómez, una afable y regordeta pelirroja sentada al lado de Matilde, parecía asentir a cada palabra de ésta — Si acabará hecho un desgraciado — continuó — como su padre. Mira que abandonar a la pobre de Alberta después de dejarla embarazada…
Las demás contertulias asentían mecánicamente, sin prestar mucha atención, mientras jugaban sus piezas de dominó o daban sonoros sorbos a alguna infusión.
El barman, aburrido, se toqueteaba las puntas de su bigote mientras veía un partido de fútbol repetido que echaban en un canal deportivo.
También estaban en el bar los tres chicos, sentados a otra mesa cercana a la pared del fondo. David contaba con entusiasmo la victoria del equipo de fútbol en que jugaba en la jornada anterior.
— ¡Ganamos dos a cero! La verdad es que no fue nada fácil, ellos van de segundos y nosotros necesitábamos ganar para acercarnos en la clasificación. Por suerte jugar en casa siempre ayuda y bueno… — continuó por un rato dando los detalles del encuentro, la dureza del partido, las ocasiones marradas por sus rivales… Susana lo escuchaba con atención, alegrándose de que su amigo hubiese hecho un buen partido.
Mientras tanto Félix echaba una mirada desencajada hacia la mesa al fondo del bar, sobre la que reposaba un solitario periódico doblado por la mitad.
Todas las demás mesas estaban vacías.

martes, 17 de agosto de 2010

Cien pasos más allá

Lei la frase algunos post atrás, me hizo gracia y la hice mía por unas líneas. Perdón por el atraco.

Cien pasos más allá del fin del mundo
perdí la pista a mi perro lazarillo,
se quebró mi bastón, vacié mi cantimplora.

Cien pasos más allá del fin del mundo
escupió mi boca un exabrupto
perdí los papeles, fingí no importarte.

Cien pasos más allá del fin del mundo
grabé tu nombre en una nube
fui tormenta, alquilé una oración.

Cien pasos más allá del fin del mundo
sigo tan cerca de casa que me asusto
cuando llegan al buzón besos con tu dirección.

jueves, 12 de agosto de 2010

Viajando, destino olvido




Ya no me quedan fuerzas para continuar.
El camino es duro y el alma pesa.
Son cien las vidas que dejo atrás.
Mil padecimientos los que me esperan.
¡No seguiré!

Obligado por el destino, destino olvido.

Ya no daré un solo paso más a tu lado.
El camino es duro y el alma pesa.
Un amor en pesar transformado.
El cariño, ignorado, me quema.
¡Ni un paso más!

Llegué más lejos que nadie, destino olvido.

lunes, 9 de agosto de 2010

Lágrimas de Cristal.

CAPÍTULO CUATRO





Un Sueño.

Un Sueño de una vida que nunca fue.
Me veo a mí mismo sentado en un banco del paseo, matando el tiempo, mirando el mar. Otra preciosa puesta de sol de algún día de un verano en otro mundo.
Un sentimiento de intranquilidad invade el sueño de pronto. Yo sigo sentado en el banco, pero ya no estoy solo. Mi acompañante, como siempre, enteramente vestido de negro observa con algún tipo de incomprensión a una pareja que camina por la orilla. Parece que el Hombre de Negro siempre esté espiando a parejas de novios…
No estoy intranquilo por su presencia, es algo que no termino de comprender, un ansia insatisfecha por algo que nunca ocurrió. Siento que no me puedo mover, pero tampoco lo intento. Me veo desde arriba, desde detrás, en una perspectiva en la que veo mi cogote, un sombrero negro y al fondo la playa, la orilla de la playa por la que pasean varias personas desconocidas. Sin embargo, no todas son desconocidas, David y Susana pasean cogidos de la mano, descalzos, mojando sus pies, caminando al son del incesante batir de las olas. Parecen rodeados de un aura luminosa que los destaca entre las demás personas. Puedo verlos perfectamente. Me angustio al pensar que mi mejor amigo está paseando con mi novia por la orilla.
El Hombre de Negro, de pronto furioso, se levanta y me golpea.
Una punzada en mi estómago da por terminado el mismo sueño de cada noche, esta vez, en una playa de un mundo desconocido, una situación absurda de una vida que nunca fue.

viernes, 6 de agosto de 2010

Lágrimas de Cristal.





CAPÍTULO TRES


Ya han pasado casi quince años desde que desperté aquella noche en el hospital. Desorientado. ¿Dónde estaba, cómo había llegado allí? ¿Y Susana? Ah sí, Susana ya no estaba, eso era lo único que recordaba.
Desde la penumbra, en una esquina de la habitación, surgió una gruesa voz.
— ¿Qué chaval, estás mejor ya? — a duras penas pude distinguir una silueta de un hombre en la oscuridad, un hombre con un sombrero negro, sin duda. — Empezaba a pensar que dormirías para siempre.
El Hombre de Negro caminó hasta los pies de mi cama. Pude ver el reflejo de las luces de la calle en algo que llevaba en la mano. A partir de aquí, mi mente parece estar en blanco. No recuerdo si me quedé hablando con él tan tranquilo, o si me volvió a dar otra paliza de muerte. Sin embargo estoy seguro de que algo ocurrió aquella noche en el hospital.


El Mundo Exterior.


Un día más de trabajo en la estación de trenes. Uno de los pocos días soleados de diciembre. Una tarde fría, helada. Un día como otro cualquiera.
Los pasajeros circulaban a prisa por la estación. Parecía que ninguno de ellos quisiera permanecer allí más tiempo del necesario. Aún así, una joven pareja parecía querer alargar el tiempo todo lo posible, se besaban y se despedían como si nunca más fueran a encontrarse.
En un banco, en una esquina, se revolvía inquieto un chico enfundado en una gabardina negra. Ofrecía en esta imagen una estampa singular, como la que podría ofrecer una llave inglesa puesta en la mesa como cubierto, aquel no era su lugar. Farfullaba frases ininteligibles para sí mismo a la vez que daba vueltas a un objeto de cristal en su mano. Al mismo tiempo, mirando sobre las altas solapas de su gabardina, no quitaba ojo a la joven pareja de enamorados. Por veces, acariciaba el cuchillo de monte que llevaba en su bolsillo, asegurándose de que siguiera allí.
Los enamorados se despidieron, el tren se marchó. Como en una película del oeste, cabalgó al trote y después al galope, hacia la puesta de sol. Una hermosa tarde que llegaba a su fin.
El reloj marcó las siete y cinco.
El joven enamorado, lloraba sin consuelo, perdido en sus pensamientos, ignorando el mundo a su alrededor.
El chico de la gabardina, caminaba en círculos, nervioso, desorientado, luchando internamente tratando de decidir qué hacer.
Nuevos pasajeros parecían agolparse en las taquillas en pos de un ticket. A las siete y diez partía el último tren del día con destino Madrid.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Lágrimas de Cristal.







CAPÍTULO DOS


Me quedé viendo como el tren se perdía en el horizonte. Su traqueteo, creciente en velocidad y menguante en volumen parecía describir con detalle nuestra historia. El reloj marcaba las siete y cinco exactamente. La manecilla encargada de señalar los segundos estaba anclada en el doce y parecía haberse rendido por fin. Hasta el maldito reloj parecía satirizar sobre la estampa que mi soledad ofrecía en la estación. Mi alargada sombra marcando las doce en punto, quieta, parada, detenida sobre un mundo en el que ya no corría el tiempo.

Tiene gracia que todavía me acuerde de este sentimiento… la manecilla de un reloj estropeado. Menudas tonterías se me pasaban por la cabeza a mis diecisiete años. Sin embargo, también recuerdo que había sido un sentimiento muy fuerte, realmente mi mundo se había marchado en aquel vagón.







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