lunes, 9 de agosto de 2010

Lágrimas de Cristal.

CAPÍTULO CUATRO





Un Sueño.

Un Sueño de una vida que nunca fue.
Me veo a mí mismo sentado en un banco del paseo, matando el tiempo, mirando el mar. Otra preciosa puesta de sol de algún día de un verano en otro mundo.
Un sentimiento de intranquilidad invade el sueño de pronto. Yo sigo sentado en el banco, pero ya no estoy solo. Mi acompañante, como siempre, enteramente vestido de negro observa con algún tipo de incomprensión a una pareja que camina por la orilla. Parece que el Hombre de Negro siempre esté espiando a parejas de novios…
No estoy intranquilo por su presencia, es algo que no termino de comprender, un ansia insatisfecha por algo que nunca ocurrió. Siento que no me puedo mover, pero tampoco lo intento. Me veo desde arriba, desde detrás, en una perspectiva en la que veo mi cogote, un sombrero negro y al fondo la playa, la orilla de la playa por la que pasean varias personas desconocidas. Sin embargo, no todas son desconocidas, David y Susana pasean cogidos de la mano, descalzos, mojando sus pies, caminando al son del incesante batir de las olas. Parecen rodeados de un aura luminosa que los destaca entre las demás personas. Puedo verlos perfectamente. Me angustio al pensar que mi mejor amigo está paseando con mi novia por la orilla.
El Hombre de Negro, de pronto furioso, se levanta y me golpea.
Una punzada en mi estómago da por terminado el mismo sueño de cada noche, esta vez, en una playa de un mundo desconocido, una situación absurda de una vida que nunca fue.



El Mundo del Prisma.


Dentro del prisma existe un mundo, un mundo enteramente igual al de fuera pero diferente al mismo tiempo.
Dentro del prisma existe un mundo, un mundo que es y que no es al mismo tiempo.
Un mundo de lágrimas. Lágrimas de cristal.




Paseaba con Susana, como tantas veces paseamos, por la orilla del mar al atardecer. Era una de las primeras veces que paseábamos a solas. Llevaríamos un mes saliendo. Distraídamente hablábamos de cómo habíamos perdido nuestro tiempo durante otra mañana de vacaciones, o algo así. Probablemente esto fue durante el verano del ’96.
Susana llevaba un vestido blanco, muy fresco, uno que habitualmente utilizaba para ir a la playa. Su melena negra parecía danzar con su vestido al ritmo de la brisa marina que corría. Susana siempre sonreía.
— Oye, ¿qué pasa? Otra vez estás con la cabeza en las nubes — siempre me salía con algo así cuando me veía distraído. Me sonrió, ella siempre sonreía, ¿ya os lo había dicho? Sonreía y mi corazón saltaba alegre al verla.
— No no, pero me había quedado pensando en qué regalarte, ¿sabes?, ya queda poco para tu cumpleaños — todavía faltaba más de un mes, pero mi mentira pareció complacerla. Continuamos con el paseo, bromeando sobre qué coche deportivo le regalaría.
 Estaba siendo una tarde tranquila, pero como no podría ser de otra forma, algo comenzó a golpearme desde dentro. Un sentimiento de creciente mal estar, algún tipo de mal presagio.
El sol poniente me golpeó en la cara al mirar a Susana y aparté la mirada hacia el paseo. Allí estaba de nuevo. Ese maldito pervertido vestido de negro parecía hacerme un guiño desde la distancia. Siempre que lo recuerdo, lo imagino mirando algún tipo de objeto de cristal. Ahora sé que era aquella especie de lágrima de cristal, la que después yo recogí en la estación. La miraba, la ponía contra el sol y un arco iris parecía reflejarse en su cara y en su sombrero negro, en su sombrero de maníaco acosador.
Aparté la mirada de él y volví a conversar con Susana sin decirle nada del tema. Cuando volví a mirar hacia el banco, ya no estaba.
¿Por qué desde aquel día en el café comencé a verle continuamente? Nunca supe que quería aquel desgraciado.


El Mundo del Prisma.


El Hombre de Negro terminaba su café y su bollo tranquilamente, mientras simulaba leer el periódico. Siempre le gustaba sentarse al fondo, en las cafeterías, en un lugar desde el que pudiera tener una visión completa del local.
Esa tarde no había demasiada gente allí dentro. Un grupo de señoras que, hablando como cotorras, parecían despotricar de medio pueblo indiferentes a lo que pasaba a su alrededor. En otra mesa, tres chicos hablaban de un partido de fútbol del día anterior. Eran Félix, David y Susana. El Hombre de Negro los conocía muy bien.
Mientras continuaba simulando leer las noticias, echaba miradas ocasionales a la mesa de los chicos. Por algún motivo le fascinaban, y le asustaban. Se sintió inquieto cuando su mirada se cruzó con la de Félix. Sin inmutarse, cogió un objeto de su bolsillo y se puso a examinarlo cuidadosamente. Se puso a ver el mundo a través del objeto mientras intentaba parecer nada interesado en los chicos. Claro que, cada vez que miraba a través del prisma, sentía más ganas de acercarse a ellos. Acabó el café, y se marchó, dejando dinero de sobra encima de la mesa. No quería ponerse más nervioso.


Un Sueño.


Un sueño de una vida que nunca fue.
Un sueño de un mundo inexistente, teñido de un rojo perpetuo.
El mundo del eterno atardecer.
Un mundo distorsionado, visto a través de un cristal cada vez más oscuro.
Un sueño en el que las sombras son largas, tan largas que parecen monstruosas criaturas que desafían la razón.
El sueño de un chico.
El mundo de un chico.
El sueño de una vida que nunca fue.

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