Cuando me desperté esta mañana, nada presagiaba que este día sería recordado por nuestros descendientes. Se presentaba, a priori, como otro día cualquiera, triste y anodino, inmerso en el fin de semana. Rebusqué entre el montón de ropa sucia que se acumulaba en el sofá, y entre aquel montón de andrajos encontré un pantalón y una camiseta que estaban bastante pasables. Tras enfundarmelos, bajé corriendo a la cafetería de enfrente. No sabía porque seguían manteniendo ese nombre, siempre supuse que era cuestión de nostalgia y no que aquellos empobrecidos empresarios no eran capaces de renombrar sus negocios. Mi sitio estaba ocupado, me contrario un poco la idea de tener que esperar, pero Laura, con un ademán, me señalo que aquel cliente se iría pronto. Me acerqué a la barra, y pagué por adelantado los servicios que iba a recibir, cada vez era más insostenible la situación: la inflación tocaba techos jamás sospechados, y las continuas revoluciones en la Confederación de los Grandes, avocaban nuestro futuro a la decadencia total. Pero el vicio me superaba: había intentado todo lo posible cuando las restricciones del gobierno se habían aprobado, pero nada dio resultado. Sentada en aquel taburete mugriento, sentí como el sudor empapaba mi cuerpo, el temblor de las piernas, el decaimiento, el bombardeo de imágenes que se agolpaban en mi mente me devolvían a tiempos mejores. Laura me sujetó en el preciso instante en que estaba a punto de desfallecer, y me condujo en volandas hasta mi asiento. La sola visión de aquella máquina infernal, me arrancó una sonrisa.
Todo aquel ritual: las bolsas, los cables, las agujas eran el atrezzo perfecto para aquella representación, donde yo me sentía la marioneta más afortunada del mundo. Mientras la muchacha terminaba con los preparativos, apareció Tomás, mi ídolo, el hombre de mis sueños. Me sujetó el brazo con aquella dulzura y comenzó a palparlo delicadamente en busca de esa vena perfecta, adivinando el camino ideal para llegar a mi corazón. No había mejor manera de empezar el día que con un chute de cafeína, o al menos, yo no la encontraba. Desde que el agua había pasado a manos privadas, los precios abusivos, y las continuos cortes de suministro, no había otra manera de hacer las cosas. Aquella maldita ley, la B-52, nos había sustraído lo poco que nos quedaba en este mundo asqueroso, y como las tablas de Moisés, se nos mostraron como la salvación de nuestras almas. La primera de todas ellas, fue la prohibición total del tabaco, luego desapareció el alcohol, más tarde comenzaron los cortes de agua, para que no la malgastásemos duchándonos o lavando la ropa, después se les ocurrió vetar nuestras salidas de la ciudad para ahorrar combustible, y en un alarde de inteligencia, lo último fue controlarnos el tiempo que usábamos Internet, concediéndonos media hora por persona y día. Sin embargo, los humanos tenemos ese poder de adaptarnos, de evolucionar, y sobre todo de saltarnos las leyes. Y si no que mejor muestra que yo, que aprovecho esta media hora para hacer crónica en este blog, mientras estes sueros aderezados con cafeína y nicotina viajan por mis venas. Pero no quiero perder más tiempo hablando de cosas que ya sabéis, la noticia que quiero comentaros acabo de leerla en la primera página de La Voz del Cuadrante Norte. Rezaba así:
A partir del mes que viene, el aire que respiramos será embotellado, y el precio será estipulado por la empresa concesionaria.
Todo aquel ritual: las bolsas, los cables, las agujas eran el atrezzo perfecto para aquella representación, donde yo me sentía la marioneta más afortunada del mundo. Mientras la muchacha terminaba con los preparativos, apareció Tomás, mi ídolo, el hombre de mis sueños. Me sujetó el brazo con aquella dulzura y comenzó a palparlo delicadamente en busca de esa vena perfecta, adivinando el camino ideal para llegar a mi corazón. No había mejor manera de empezar el día que con un chute de cafeína, o al menos, yo no la encontraba. Desde que el agua había pasado a manos privadas, los precios abusivos, y las continuos cortes de suministro, no había otra manera de hacer las cosas. Aquella maldita ley, la B-52, nos había sustraído lo poco que nos quedaba en este mundo asqueroso, y como las tablas de Moisés, se nos mostraron como la salvación de nuestras almas. La primera de todas ellas, fue la prohibición total del tabaco, luego desapareció el alcohol, más tarde comenzaron los cortes de agua, para que no la malgastásemos duchándonos o lavando la ropa, después se les ocurrió vetar nuestras salidas de la ciudad para ahorrar combustible, y en un alarde de inteligencia, lo último fue controlarnos el tiempo que usábamos Internet, concediéndonos media hora por persona y día. Sin embargo, los humanos tenemos ese poder de adaptarnos, de evolucionar, y sobre todo de saltarnos las leyes. Y si no que mejor muestra que yo, que aprovecho esta media hora para hacer crónica en este blog, mientras estes sueros aderezados con cafeína y nicotina viajan por mis venas. Pero no quiero perder más tiempo hablando de cosas que ya sabéis, la noticia que quiero comentaros acabo de leerla en la primera página de La Voz del Cuadrante Norte. Rezaba así:
A partir del mes que viene, el aire que respiramos será embotellado, y el precio será estipulado por la empresa concesionaria.
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