Hubo un día que eché a andar, y aunque no recuerdo el momento preciso, porque de esto hace tanto tiempo ya, sé que tras aquellos primeros pasos, enseguida sobrevino la primera dificultad. Al principio, todo había sido muy fácil, las losas grandes y lisas que adornaban aquella acera, invitaban a seguirlas; despacio, sin prisas, deleitándose en cada una de ellas como si dentro de aquellos cuadraditos hubiese mundos diferentes; pero fue entonces, cuando mis ojos se percataron, de que aquel liviano camino se perdía tras una esquina. Es curioso, pero mis piernas, que habían dado pasos firmes hasta aquel entonces, y que incluso se habían permitido el lujo de pegar saltitos, se frenaron y comenzaron a aflojarse, se dejaban ir como el árbol joven que trastea el viento. El pánico se apoderó de mi, la incertidumbre de no saber si habría más losas tras aquella esquina, me suponía tal ansiedad, que por un momento, creí perder la cordura. No hay nada peor que tener miedo, y recubrirse de esa incerteza que nos depara el futuro. Fue terrible, os lo aseguro. Tanto fue el terror, que pensé en abandonar, en dejarme caer sobre aquel trocito de acera y esperar. Esperar a que todo aquel mundo que se presentaba ante mi desconocido, se descubriese y me invitase de nuevo a seguir. Sin embargo, en aquel preciso instante en el que estaba a punto de desplomarme, unas manos desconocidas me sostuvieron, evitando aquella caída que hubiese sido desastrosa. La fuerza de aquellas manos me devolvieron enseguida la fuerza, y sobre todo, la esperanza, que creí, había perdido. Y mientras una mano me sujetaba, la otra me invitaba a seguir, a hacerle frente a aquella esquina: monstruo irreverente que doblegaba mi voluntad. Y otra vez, comencé la marcha, paso a paso como había hecho desde un principio, y cuando me quise dar cuenta la esquina había desaparecido. Volteé la cabeza, y allí, tras de mi, seguía tiesa y despampanante, y sin saber muy bien como, decidí seguir adelante, porque a mis pies había un montón de losas nuevas por descubrir, y ahora, ya no me asustaban las esquinas.
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