Acordes de Ironía

Un ruido en la calle lo sacó de su ensimismamiento. Una vez más se sorprendió mirándose la mano izquierda. Realmente aquellos rechonchos y callosos dedos le resultaban de lo más vulgar, no podía comprender qué veía en ellos la gente.

En un extraño modo, sentía por momentos que no había hecho nada en toda su vida. No podía comprender toda aquella fama y dinero que había conseguido sin hacer nada para ello.


--> música ambiente :P (ábrela en ventana nueva!!) <--

Aclamado, aplaudido, premiado… el músico sentía un profundo pesar en su interior.

Ya antes de aprender a andar, de hecho tardó mucho en hacerlo, daba muestras de su prodigioso oído. Un pobre y torpe viejo al que no dejaron elegir qué hacer con su vida. Un anciano que, más que colmado por la fama y el dinero, se siente vacío por no haber hecho algo para sí.

Las pacificadas almas de sus oyentes, la armonía que sus expresiones mostraban, contrastaban con la expresión de rabia del músico, del cual se decía, que su cello podría inundar de sentimientos al más pétreo de los corazones.

Tocó siempre, porque de alguna incomprensible forma sabía que hacía bien a quienes lo oían. Y cuanta más rabia tenía, más odio y rencor, más parecían disfrutar los necios mundanos, oídos abotargados de cerumen e incomprensión.

Irracional, totalmente irracional, pensaba. Simplemente por hacer algo que para mí supone menor dificultad que el caminar para otro humano… mundo infame en el que vivimos. Qué placer encontrarán sus oídos de madera en algo tan banal.

Y aún así, nunca pudo alejarse de ella. El cello nació para que él lo blandiera frente a la música, y al cortar el viento con su espada, sesgaba también las almas de quienes lo escuchaban. La música fue su prisión, pasión inexpugnable, cárcel incomprensible de un talento arrollador. Tanto arte y prodigio salía de aquellos dedos, magia, decían los más osados,  y el único que no vio nunca magia, fue el mago.

Observaba sus callosos y rechonchos dedos. Un don envidiado por todos, y odiado por uno. Una vez más, blandió su espada cortando el aire pero no salió música de ella. Un sonido hueco, de madera rompió de nuevo el silencio en su habitación. Lo continuó un golpe en el suelo, húmedo, como si cayese un filete recién sacado de la nevera. Su mano derecha soltó su espada que golpeó el suelo y aterrizó junto a su mano izquierda. Desangrado y dolorido, se recostó sobre su silla, entrecruzó las piernas y suspiró aliviado. Por primera vez, en 80 años, sintió paz. Una sonrisa afloró en sus labios. La incomprensión y el odio se habían separado de él junto con su mano izquierda. Yacían todos ellos unos 60 centímetros más abajo de dónde se sentaba.

Finalmente, pudo comprender todo el bien que había hecho. En el último suspiro de su vida, pudo disfrutar de cada una de los millones de notas que había tocado. Las lágrimas que brotaron de su rostro, completaron su sonrisa y se fue. Se fue feliz, había hecho lo correcto. El vacío se había esfumado y había sido colmado con comprensión. La magia, retenida en su virtuosa mano se liberó, y el mago al fin la amó.