viernes, 18 de junio de 2010

Gloria


 Tímidamente el sol asomaba entre las nubes de octubre, despejando, poco a poco, la pesada niebla con la que había amanecido. El viento ondeaba las copas de aquellos árboles que parecían saludar a la recién llegada. La vista era hermosa, un valle abierto en torno a una pequeña ciudad del norte, un poco más lejos de lo que antes había llamado hogar. El verdor del campo parecía extenderse más allá de donde alcanzaba la vista.
Una vez más, el padre de Gloria había tenido que mudarse por cuestiones de trabajo, llevándose consigo a su hija de catorce años. Segundo destino en tres años. Un cambio más, un paso más hacia el olvido, como si la distancia pudiese desgarrar los recuerdos que pesaban en su alma.





Su padre era toda la familia que le quedaba a Gloria. Ernesto nunca pudo dejar de culparse por la muerte de su mujer, cinco años atrás. Pidió un cambio de destino, pero aún así resultó estar demasiado cerca de su antigua casa, de la gente que los conocía, del dolor insoportable que le causaba verse rodeado por aquellas personas y tan sólo al mismo tiempo. Insoportable. De nuevo, otro cambio, nuevo trabajo, nueva ciudad, todavía más lejos, tratando de poner tierra de por medio entre él y sus fantasmas.
Por suerte, Gloria se tomaba estas decisiones con toda la alegría con la que podía. Tratando siempre de hacer nuevos amigos, de escribirse con los anteriores, de sonreírle al destino, tal como le había dicho su madre antes de irse. Intentando hacer que se sintiese orgullosa, allá donde quiera que esté, honrando la memoria de aquella persona inmutable, eternamente joven, que la observaba desde el portarretratos en su mesilla. Diciéndose a sí misma que nunca le fallarían sus fuerzas.
Pasó un año, y otro más… el que antes había sido su tercera residencia comenzaba ya a ser su segundo hogar. Había hecho un montón de amigos y, por fin, estaba disfrutando de su primer amor, de sentirse una chica adulta, alegre, despreocupada, por momentos. Sin embargo, siempre hay un pero en este tipo de historias y cómo no, Ernesto la llamó un día para hablar. Temiéndose lo que se le iba a anunciar, pues ya había vivido dos veces esta situación, las lágrimas brotaron de sus mejillas torrencialmente.
Otro destino, gente nueva, más amigos, nuevas alegrías y tristezas. Tres cambios más en cuatro años, hasta que al fin, la pena terminó por devorar el corazón de Ernesto y éste se rindió. Presa de la botella y de su fantasmagórico dolor, lo que había sido un gran hombre se convirtió en una cáscara vacía. Su cabeza parecía encontrarse a años luz cuando hablaba con su hija.
Gloria, por su parte, se fue a vivir a un piso de alquiler con otras dos compañeras de estudios. Trabajaba a tiempo parcial para costearse sus gastos por las mañanas, y por las tardes iba a clases. Su gusto por tocar el piano, cosa que había heredado de su madre, había vuelto a ocupar gran parte de su tiempo libre, y cuando no, gustaba de salir por ahí con sus nuevas amistades.
El tiempo se escurría como un puñado de granos de arena entre los dedos.
Un nuboso día de octubre, a sus veinticinco años, Gloria, totalmente absorta miraba por la ventana, al infinito, mientras inconscientemente terminaba su habitual taza de café. La luz del día caía formando haces dorados a través de las nubes. Un imaginado aroma a campo llegó hasta su nariz. A veces ocurre que las circunstancias del día a día pueden volver a una persona más fuerte o más sensible, con mejor o peor carácter. Una fuerte sensación de déjà vu trajo estos pensamientos a su cabeza. Habían pasado ya once años desde entonces. ¡Once años!. ¿Qué había sido de todo aquel tiempo? ¿Qué le quedaba de la última mitad de su vida?
Con el tiempo, había perdido la relación con la mayoría de sus antiguos amigos. Hablaba a menudo con unos pocos, pero nunca los había vuelto a ver.
Con el tiempo, se había hecho mayor, adorando cada día a la mujer de aquel retrato, sin embargo, ella permanecía perennemente igual, ya casi se veía de su edad. ¿Qué era todo esto?
Con el tiempo, su corazón, antes inundado de cariño y ternura, se había convertido en un inmenso almacén de cajas que, poco a poco se habían ido vaciando. Estaba tan desbordado de recuerdos rotos que apenas quedaba espacio para nuevos sentimientos. Se había vuelto más fría, desconfiada incluso. Dejando pasar los días, atada a una infundada esperanza de que simplemente mañana sería mejor.
Dejando pasar los años…. ¡once años! Suficientes para estropear a las más bella de las rosas.
Suficientes para llenar de vacío un alma herida.
Los nubarrones grises borraron la poca luz que se filtraba entre ellos y Gloria pareció salir de su ensimismamiento. Terminó el café de un trago y lo dejó en el fregadero con un sonoro golpe mientras desechaba la mitad de las cosas en las que había pensado, decidida a comerse el mundo, un día más, al abrir la puerta y salir.
 Decidida a pagar el precio que le reclamasen por su felicidad.

1 comentario:

fini dijo...

Me encanta, maravilloso, como de costumbre.

Todos llevamos a una Gloria dentro de nosotros.

un abrazo:)

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