lunes, 20 de septiembre de 2010

UNA PARTIDA DE AJEDREZ(X)

La brisa atravesaba el valle en un intento de acariciar cada uno de los seres que la habitaban. Revolvía el pelo de Manuel hacia delante y hacia atrás, incluso hacía remolinos que, de vez en cuando le dificultaban la visión. Entró al pueblo por la calle principal, en el mismo momento en el que el astro rey hacía su aparición tras las montañas, arrastrando los pies contra el negro asfalto. Llevaba toda la noche caminando, y sus doloridos pies pedían a gritos un descanso.
- Ya falta poco- les dijo, como si tuviesen vida propia. Y tras girar en la primera esquina, avistó la casa de su amigo Tomás. Tomó aliento durante un instante y luego estampó varias veces sus nudillos sobre aquella puerta maciza. No se oía nada.
- Quizá,- pensó- aún duerma. Pero el desasosiego comenzó a apoderarse de su alma. Volvió a golpear de nuevo la puerta, y al cabo de unos minutos una voz ronca preguntó: ¿quién anda ahí?
- Abre Tomás, soy yo, tu amigo Manuel.
La puerta se entreabrió despacio, y tras ella,  un anciano encorvado se apoyaba en un andador. Manuel dejó caer la mochila al suelo, y estrechó delicadamente entre sus brazos a su amigo. Habían pasado tantos años que la emoción los embargó inevitablememte. En cuánto se repusieron del encuentro, Tomás condujo a su amigo al interior de la casa, y allí frente al hogar, ambos dieron cuenta de los veinte años que llevaban sin verse.

- No esperaba volver a  verte - le espetó Tomás entre un acceso de tos.
- Siento tanto no haber podido ponerme en contacto contigo, pero todo se complicó más de lo que debía, y tuve que desaparecer. Era lo mejor para todos.
- Lo mejor para ti querrás decir.
Manuel percibió, en aquellos ojos azules, el rencor acumulado durante aquellos años, y creyó que era justo darle un explicación.
- Escucha, -le dijo.
- No te molestes Manuel, ahora no necesito saber nada. Entiéndelo, llevo tantos años esperando tu regreso que di por hecho que estabas muerto, o aún peor, encerrado en cualquier parte del mundo. Mi corazón hace tiempo que murió, y nada de lo que puedas decirme podrá hacerlo revivir.
- Aún así Tomás, te lo debo. Deja que te explique. El anciano, en silencio, giró su cabeza hacia la ventana y dejó que aquel movimiento de su cuerpo fuese el permiso que Manuel estaba esperando.
- Aquella noche, - comenzó a relatar en un tono algo lastimero- la última que nos vimos, fui a buscar a Laura. Creí que, con todo aquel dinero que había reunido, podría comenzar una vida nueva, pero que equivocado estaba. Nos casamos y buscamos un pueblo pequeño, un lugar donde pasar desapercibidos y poder criar a nuestros hijos sin que nadie nos molestase. Al poco tiempo Laura se quedó embarazada y yo encontré trabajo en una carpintería de la zona. Todo era perfecto, hasta que al cabo de unos meses recibí la noticia. Una mañana, al levantarme, encontré una nota que alguien me había pasado por debajo de la puerta. Sabían quién era, me habían encontrado y no pararían hasta que el juego comenzase de nuevo. Me asusté. Arrastré a Laura conmigo, en un viaje de un lugar a otro, por caminos y carreteras secundarias con el fin de que no siguiesen nuestro rastro. Pero fue inútil, todo el empeño que puse no sirvió de nada. Sabían que la tenía y no pararían hasta conseguirla. Con todo aquel ajetreo Laura se puso de parto antes de tiempo, temía tanto que le hiciesen daño, que decidimos que sería mejor que diese a luz en casa. Tuvimos una hija. Era tan pequeña, que más de una vez temí perderla, pero era fuerte. Gritaba con fuerza cada vez que tenía hambre y con sus manitas se agarraba a ti con la fuerza de esos que se aferran a la vida. Pero Laura no supero el parto. Se quedó débil, la sangre no paró de brotar durante días, y su piel rosada pronto se volvió blanquecina. Al cuarto día nos abandonó. Me dejó sólo- y comenzó a sollozar- con aquel bebé menudo y con los otros persiguiéndome. Justo a la medianoche pagué el silencio del párroco de aquel pueblo, que dio cristiana sepultura a Laura, como ella quería. Y él mismo se ocupó de buscarle un hogar decente para mi hija. Un par de veces al año me ponía en contacto con él para tener noticias sobre la niña. Nunca la vi. Y luego cuando él falleció fue su hermana la que se ocupó de que fuese todo bien. Luego me escondí y durante unos años creí que todo había terminado. Pero mi hija creció, y todo se volvió a descontrolar. Como cualquier joven se dispuso a vivir su vida, y ellos la encontraron. Averiguaron que se llama Carla, pero sólo saben eso, y a falta de una foto o de algún otro dato, asesinaron a tres jóvenes que tenían el mismo nombre y de edad parecida que residían en su ciudad. Entonces tuve que abandonar mi escondite y volver a exponerme.
- ¿ Y ahora donde está tu hija? - inquirió Tomás.
- Bajo la tutela de un buen amigo, no te preocupes. Pero ahora necesito tu ayuda. Además de Carla, tiene en su poder la tela, y temo por la vida de ambos.
- De acuerdo, - asintió meneando la cabeza. A tu marcha abrí una caja en un banco de Andorra. Allí está todo tu dinero, y las joyas. ¿Qué más necesitas?
- Algo de ropa y un coche. Tengo que ver a mi hija.

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