A sus pies se extendía un nuevo mundo, en apariencia indomable. Cualquier convicción anterior que en él hubiera podido perdurar, fue aplastada por el desproporcionado peso de una realidad crecientemente hostil.
Según había podido comprender, todo lo que conocía, aquella enorme roca que recorría el espacio a unos treinta kilómetros por segundo y que albergaba toda forma de vida, no era más que una manzana en un cesto, olvidada, que amenazaba con pudrir mientras era devorada por el más insaciable y monstruoso de los gusanos: el dinero.
Al parecer, aquel dinero, en principio, creado por un hombre con grandes aspiraciones divinas, tomó vida propia. Creció imparable a la vez que, amaestrado por la avaricia y la falta de escrúpulos, desarrolló una perversa inteligencia. Manipulaba a su creador haciéndose ver manso, mientras que a sus espaldas se alimentaba de otros hombres. Daba poder a unos pocos para poderse comer al resto... el dinero era feliz. Eran tiempos dorados, un pasado mejor...
El dinero era como una nube que se dejaba arrastrar por el viento hacia donde este dictase. Hoy aquí, mañana allí. Un nuevo ciclo económico comienza en una nueva región, la anterior ya ha sido digerida. La nube da paso al huracán y después la calma; la calma y la muerte. Un desolado páramo; tranquilidad, al fin.
Así se le figuró el mundo en aquel instante... un monstruo imparable apurando los últimos mordiscos de una pequeña manzana podrida.
Se dice que si introducimos una determinada especie animal en un nuevo hábitat, un hábitat en el que ésta pueda adaptarse, reproducirse, si cabe en grandes cantidades, podría crearse un desequilibrio en ese hábitat. La especie intrusiva proliferaría de forma alarmante, se alimentaría de otras especies, digamos, autóctonas del hábitat, e incluso podría llegar a extinguir a algunas de ellas.
Pues bien, creo que no es necesario explicar la comparación... esto está hecho y es imparable, tiene vida propia, ajena a cualquier deseo humano... ¿y ahora qué?
lunes, 25 de octubre de 2010
sábado, 16 de octubre de 2010
TRES
EL HOMBRE
El hombre es el primer vértice de esta historia, y de todas las historias que se han contado a lo largo de los tiempos, y también de todas las que quedan por contar. Sin él, a pesar de todas sus virtudes, y también de todos sus defectos, nada tendría sentido. Bueno, si lo tendría; pero sin la capacidad de pensar o de razonar ¿a qué otro ser le interesan las historias?
EL MIEDO
El miedo es nuestro segundo nexo de unión. Sin él, seguramente, el mundo no hubiese sido de la misma manera. Es el único sentimiento que queda memorizado dentro de nuestra secuencia genética, y así ha ido pasando generación tras generación hasta llegar hasta nosotros. De hecho, esto explicaría por qué en algunos seres humanos es desproporcional al tiempo en el que vivimos. Esta alerta mental, que disparaba nuestra adrenalina cuando habitábamos las cavernas, y que gracias a ella, mantuvimos la especie, hoy en día, en algunos casos, puede conducirnos a la muerte.
LA PIEDRA
Por último, la materia inerte. El último punto que conforma este triángulo. Como parte del planeta que nos alberga, siempre se ha mostrado pura, abierta a nuestras intrusiones, a nuestros caprichos. Sólo algunos, han sabido ver más allá, dándole ese lugar en el mundo que bien se merece.
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martes, 5 de octubre de 2010
INTELIGENTES
Tengo la extraña costumbre de acostarme con la radio encendida. Disfruto de ese rato, malgastado por la mayoría de los mortales en contar ovejas. Pues a veces topo con algún programa interesante; esta noche fue una de ellas. Cierto filósofo griego aseguró que somos inteligentes porque tenemos manos, a lo que otro apuntilló que estaba equivocado: que tenemos manos porque somos inteligentes. En este punto, me quedé anonadada, básicamente porque jamás se me hubiese ocurrido pensar en ello. ¡Cómo se nota que estos no tenían hipoteca!
Si nos remitimos a nuestros primeros antepasados, es fácil comprobar, que quién tiene razón es nuestro primer filósofo. Uno de los primeros rasgos que nos diferenció de los primates, es el quinto dedo. Gracias a ello, aunque teníamos el cerebro poco desarrollado, creamos las primeras armas y utensilios. Nuestra mano, a diferencia de los otros animales, podía agarrar. Pero en cambio, si que es cierto, que para ser consciente de que tenemos manos, necesitamos cierto grado de inteligencia. Con lo cuál tendríamos que darle la razón al segundo de nuestros filósofos. La prueba la tenemos en los niños de corta edad. Hasta los dieciocho meses cualquier bebé no es capaz de reconocerse delante de un espejo, y no es hasta pasados los cinco años que somos capaces de reconocer las distintas partes del cuerpo, y a partir de aquí vamos siendo conscientes de ello, es decir, a medida que nuestro desarrollo intelectual avanza.
No se que pensáis vosotros, pero yo, no soy capaz de ponerme del lado de ninguno.
Si nos remitimos a nuestros primeros antepasados, es fácil comprobar, que quién tiene razón es nuestro primer filósofo. Uno de los primeros rasgos que nos diferenció de los primates, es el quinto dedo. Gracias a ello, aunque teníamos el cerebro poco desarrollado, creamos las primeras armas y utensilios. Nuestra mano, a diferencia de los otros animales, podía agarrar. Pero en cambio, si que es cierto, que para ser consciente de que tenemos manos, necesitamos cierto grado de inteligencia. Con lo cuál tendríamos que darle la razón al segundo de nuestros filósofos. La prueba la tenemos en los niños de corta edad. Hasta los dieciocho meses cualquier bebé no es capaz de reconocerse delante de un espejo, y no es hasta pasados los cinco años que somos capaces de reconocer las distintas partes del cuerpo, y a partir de aquí vamos siendo conscientes de ello, es decir, a medida que nuestro desarrollo intelectual avanza.
No se que pensáis vosotros, pero yo, no soy capaz de ponerme del lado de ninguno.
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viernes, 1 de octubre de 2010
UNA PARTIDA DE AJEDREZ(XI)
Matías entró a la casa por la parte de atrás para evitar las preguntas inoportunas de Clara. Temía sus miradas inquisitorias y tampoco quería mentirle más de lo necesario. Se deshizo del anorak y de las botas, y subió a toda prisa las escaleras que conducían al piso de arriba. Se despojó de aquellas ropas encharcadas y se apresuró a cambiarse antes de que lo cogiese el frío. Pero ya era demasiado tarde, al cabo de una hora sus mejillas y sus sienes estaban ardiendo. Carla presintió que algo no iba bien tras el desayuno. Matías se ausentó de la librería, a pesar de que los pedidos atrasados, se amontonaban en las estanterías del establecimiento. A la hora de comer, colgó el cartel de cerrado, y subió apresuradamente en busca de una buena explicación. Se encontró al anciano tumbado en el sofá, envuelto en una manta, tiritando y semiinconsciente. Alarmada, corrió hacia la casa del médico. Estaba tan enfadada con él que un par de veces estuvo a punto de dar vuelta, y darle así una buena lección. Era un cabezota, pero no podía permitir que le ocurriese nada malo, después de lo bien que se había portado con ella. Don Ramón le extendió un par de recetas, y le explicó a Carla como había de darle el medicamento a Matías.
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