¿Somos los seres humanos algo más que materia y energía?, ¿estamos dotados de un aspecto no material denominado espíritu o alma?, ¿qué pasa con las experiencias religiosas?, ¿son reales o , simplemente, fruto de una actividad cerebral anómala?, ¿es el misticismo un estado elevado de conciencia o sólo una alucinación? ¿qué es nuestra conciencia: la reunión de miles de millones de neuronas o algo que conecta con el universo?
Hasta ahora, en el terreno de la neurología, existía una gran división respecto a estas grandes y eternas preguntas. La mayoría de los neurocientíficos, los científicos cognitivos y los biólogos, se aferraban a la visión científica tradicional, señalando que fenómenos como el alma o Dios no son más que los chispazos de un cerebro complejo, al igual que lo serían otras alucinaciones y fantasías del ser humano. El Hombre, a pesar del proceso cultural, es presa fácil del miedo y la incertidumbre que le atenazaba hace miles de años. Los pequeños problemas de la vida diaria y las grandes preguntas provocan estrés neuronal, induciendo hasta cien cambios diferentes en el cerebro. Para balancear la carga, surgió la religión. Según diversos estudios, la experiencia religiosa libera neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y hormonas como la oxitocina, que dan paz al cerebro, restaurando su equilibrio. También desmuestran cómo la fe en Dios reduce los síntomas de depresión y favorece el autocontrol, mientras que la meditación mejora algunas capacidades mentales.
Del otro lado están los que piensan, que la mente es algo más que macromoléculas, y que la dimensión espiritual del se humano existe aunque no contemos con el método apropiado para conocerla. Los intentos más recientes, por parte de la ciencia, se centran en localizar "el gen de Dios", y defienden que nuestro cerebro está estructurado para la religión y que, por tanto reducir las experiencias espirituales a un fenómeno puramente material están mal enfocados. Según esto, la ciencia tradicional ignora evidencias que desafían a los prejuicios materialistas que les obligan a pensar que nuestros experiencias son explicables sólo por causas materiales, y que el mundo físico es la única realidad. Este materialismo científico no puede explicar por sí solo fenómenos irrefutables como la intuición, la fuerza de voluntad, el efecto placebo en medicina o las experiencias cercanas a la muerte.
En estos nuevos estudios, no materialistas, se demuestra que mente y cerebro no son uno, y que además la mente puede cambiar el cerebro, a través de técnicas de registro de imágenes de la actividad cerebral. Estas técnicas demostraron el poder de la voluntad sobre el cerebro, con participantes que controlaron sus pensamientos tristes o las respuestas eróticas ante imágenes estimulantes en este sentido.
Es el momento entonces, de preguntarle a la neurociencia si puede demostrar la existencia de Dios; la respuesta es no, pero los científicos opinan que determinados fenómenos que ocurren en la mente, puede ser consistente con la creencia en una realidad más allá de la materia, y esta creencia podría ser consistente a su vez con la creencia de la existencia de Dios.
Mientras la neurociencia sigue debatiéndose ante esta eterna pregunta, quizá la única solución será dada por la física cuántica, cuando siente definitivamente las bases sobre la antimateria
Hasta ahora, en el terreno de la neurología, existía una gran división respecto a estas grandes y eternas preguntas. La mayoría de los neurocientíficos, los científicos cognitivos y los biólogos, se aferraban a la visión científica tradicional, señalando que fenómenos como el alma o Dios no son más que los chispazos de un cerebro complejo, al igual que lo serían otras alucinaciones y fantasías del ser humano. El Hombre, a pesar del proceso cultural, es presa fácil del miedo y la incertidumbre que le atenazaba hace miles de años. Los pequeños problemas de la vida diaria y las grandes preguntas provocan estrés neuronal, induciendo hasta cien cambios diferentes en el cerebro. Para balancear la carga, surgió la religión. Según diversos estudios, la experiencia religiosa libera neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y hormonas como la oxitocina, que dan paz al cerebro, restaurando su equilibrio. También desmuestran cómo la fe en Dios reduce los síntomas de depresión y favorece el autocontrol, mientras que la meditación mejora algunas capacidades mentales.
Del otro lado están los que piensan, que la mente es algo más que macromoléculas, y que la dimensión espiritual del se humano existe aunque no contemos con el método apropiado para conocerla. Los intentos más recientes, por parte de la ciencia, se centran en localizar "el gen de Dios", y defienden que nuestro cerebro está estructurado para la religión y que, por tanto reducir las experiencias espirituales a un fenómeno puramente material están mal enfocados. Según esto, la ciencia tradicional ignora evidencias que desafían a los prejuicios materialistas que les obligan a pensar que nuestros experiencias son explicables sólo por causas materiales, y que el mundo físico es la única realidad. Este materialismo científico no puede explicar por sí solo fenómenos irrefutables como la intuición, la fuerza de voluntad, el efecto placebo en medicina o las experiencias cercanas a la muerte.
En estos nuevos estudios, no materialistas, se demuestra que mente y cerebro no son uno, y que además la mente puede cambiar el cerebro, a través de técnicas de registro de imágenes de la actividad cerebral. Estas técnicas demostraron el poder de la voluntad sobre el cerebro, con participantes que controlaron sus pensamientos tristes o las respuestas eróticas ante imágenes estimulantes en este sentido.
Es el momento entonces, de preguntarle a la neurociencia si puede demostrar la existencia de Dios; la respuesta es no, pero los científicos opinan que determinados fenómenos que ocurren en la mente, puede ser consistente con la creencia en una realidad más allá de la materia, y esta creencia podría ser consistente a su vez con la creencia de la existencia de Dios.
Mientras la neurociencia sigue debatiéndose ante esta eterna pregunta, quizá la única solución será dada por la física cuántica, cuando siente definitivamente las bases sobre la antimateria
5 comentarios:
no sé si te entiendo bien, pero... ¿dios?
dudo que los científicos se pregunten algo así, jeje
bueno, creo que con eso ya dejo clara mi opinión :P
un saludo.
Pues alguno hay, no te vayas a creer. Sin ir más lejos el neurocientífico Mario Beauregard, director del laboratorio de Investigación de la Universidad de Montreal, acaba de presentar su segundo trabajo sobre el tema (the spiritual brain: A neuroscientist´s case for existence of the soul).
A pesar de mi ateismo recalcitrante, si la ciencia es capaz de darme en un futuro, una explicación lo suficientemente convincente estaría dispuesta a replantearme ciertas cosas.
un abrazo:)
yo creo que no hay por dónde cogerlo.
Si se puede entender espiritualidad como las inquietudes históricas que tuvo el ser humano a lo lardo de su evolución, debidas a las preguntas a las que no podía dar respuesta, pues bien, hasta ahí me parece normal. Me parece asumible que el cerebro cambió en base a esas creencias inventadas con el objetivo de llenar "huecos". Normal, son cientos de miles de años y el cuerpo se adapta.
Pero, ¿la religión? ¿dios? no veo forma de explicar lo que no existe.
Que hoy en día nos pueda ayudar creer en algo? Pues nos puede ayudar a no abrir los ojos y a dejar que otros se aprovechen de nosotros, creo que ese es el objetivo de la iglesia hoy por hoy, simplemente otro instrumento opresor.
Lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero lo digo como lo pienso.
Cuando comenté que estaría dispuesta a replantearme ciertas cosas, no estaba pensando en convertirme al catolicismo, al budismo o algunas de las muchas religiones que tenemos para escoger. No puedo defender todo lo que han hecho a lo largo de los siglos pero tampoco podemos dejar de intentar explicar aquello que no vemos, y si no lo vemos no significa que no exista. Hay cantidad de ejemplos y no solo religiosos para los que todavía no tenemos explicación, y por ello no dejan de ser menos ciertos.
Supongo que los únicos que se alegrarán con este tipo de investigaciones, son los habitantes del Vaticano. Sin embargo, me pareció interesante plantear una duda razonable sobre un hecho que, siempre se nos ha dado por cierto por la Iglesia, sin otra prueba que las santas escrituras. Que cierta parte de la ciencia, defienda una u otra postura, por mi parte, es de agradecer.
José Rodrigues dos Santos, en su libro La fórmula de Dios, hace un interesante razonamiento sobre este tema, basándose en el Principio Antrópico. Creo que incluso ha hecho ponencias intentado convencer a religiosos y científicos, sobre la veracidad de su discurso. La verdad, todo un reto.
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