lunes, 25 de enero de 2010

El frío Infvierno. Día 1.

- En un lugar desconocido-


Siempre me cuesta muchísimo levantarme de cama, hoy sin embargo me siento lleno de vitalidad, creo que va a ser un día totalmente diferente, conseguiré algo grande si sobrevivo.

Me veo a mi mismo, saliendo de mi cama. Como cada día, me pongo las zapatillas y me dirijo a la puerta, para ir al piso de abajo a tomar un café y unas tostadas.

Como cada mañana, unos ojos me observan desde detrás de las cortinas traslúcidas que tapan la única ventana de mi cuarto, me observan como me dirijo hacia la puerta y eso me parece lo más normal del mundo. Me siento invadido de una certeza de que la bestia que observa, un día, vendrá a devorarme, pero no hoy... hoy todavía no es el momento.

Abro la puerta y salgo con paso firme. Bajo las escaleras flotando, no necesito pisarlas, ya que puedo volar a voluntad, aunque no demasiados metros. Sin embargo, las catorce escaleras que separan mi habitación del piso de abajo, nunca fueron un obstáculo insalvable.
Aterrizo en la planta de abajo, y me siento invandido por una sensación de poder ilimitado. Ya no tengo hambre, no me apetece hacer café. Sé que tengo que hacer otra cosa, pero la he vuelto a olvidar. No puedo pensar coherentemente. Me veo desde encima de mi cabeza a la vez que desde dentro, y ambas perspectivas parecen tornarse difusas. El mundo ondea a mi alrededor como parece ondear el aire en el desierto del Sáhara. Mi piernas comienzan a pesar como el plomo y siento que algo no va bien. De repente me siento como si estuviera en el único sitio del universo al que se supone que nunca debería ir un ser humano. Necesito huir.
Me vuelvo sobre mis pies, seguro de que al volverme encontraré algo a mi espalda, algo desconocido y tenebroso, a la vez que siento como mi estómago da un brinco, sin embargo al hacerlo me encuentro las escaleras de mi casa. En lugar de dar al piso de abajo, me han llevado a algún lugar extraño del que necesito escapar con urgencia y eso hago. Corro escaleras arriba, con todas mis fuerzas, mientras una sensación de horror me invade. Algo que identifico como el olor de la muerte inunda mis sentidos y de repente ya no puedo ver. Subo y subo las escaleras en la oscuridad. Once, doce, trece, catorce... quince, dieciseis... continúan y continúan. Sigo subiendo a cuatro patas, tocando con las manos allí dónde piso. Todo está frío y húmedo, oscuro, hediondo...

Solo yo, en medio de las tinieblas. No puedo ver nada. Escucho goteras a lo lejos, nada más. Las escaleras parecen no tener fin. ¿Cómo he llegado aquí? No puede ser real. Tengo que irme. ¡Tengo que despertar! Intento despertar por todos los medios, convencido de que estoy soñando. A la vez, se oyen pasos a lo lejos, a la carrera, espaciados... como si fuesen de algo muy grande que se mueve veloz y hambriento en la oscuridad... de repente parece que puedo verlo con los ojos de la mente y despierto!
Me veo dando un salto de nuevo en mi cama. Tranquilo, seguro por fin. Veo como los ojos tras las cortinas giran en mi dirección y un bulto comienza a avanzar tras ellas. Solo puedo distinguir los ojos brillantes de la bestia y la silueta de su cuerpo que se mueve tras la cortina.
Una fatídíca comprensión de muerte me recorre el cuerpo, las venas, de arriba a abajo y siento que no puedo moverme. Cierro los ojos, paralizado, no puedo hacer nada más que morir de miedo antes de que me devoren.

- El Humedal nº2, Cataria -
11 de Noviembre de 2010

Como el día anterior, y el anterior al anterior, el despertador comenzó a sonar puntual, el miércoles a las 7.30 a.m. La luz del alba comenzaba a entrar a través de la única ventana de la habitación, atenuada por unas cortinas traslúcidas. El cuarto en penumbra tenía una tinte color sepia propio de estas horas de la mañana.
No sin esfuerzo, Marco apagó el despertador de un manotazo, con la idea de quedarse diez minutos más en cama y levantarse cuando este volviera a sonar, sin embargo no fue así. Se vió encharcado en sudor, destapado, la cama totalmente revuelta y estaba anormalmente cansado teniendo en cuenta que se había acostado temprano la noche anterior.
- Oh por Dios, qué dolor de cabeza. - Marco emitió un gruñído ahogado y se levantó. Se puso las zapatillas y bajó las catorce escaleras de su casa para tomarse un café y un par de tostadas con mermelada, como solía hacer antes de ir a trabajar.
Tomó una aspirina con el café y comenzó a sentirse más despejado al poco tiempo. Encendió un cigarrillo distraídamente y aspiró hondo. Las noticias de la mañana hablaban sobre un frustrado intento de atentado que se había producido en el metro de Nueva York, al parecer unos perros de la policía habían detectado un rastro... Marco cambió de canal, no le interesaba lo más mínimo lo que pusieran en la tele, estaba cambiando de forma automática, sin pensar en lo que hacía, solo preguntándose qué cojones de dolor de cabeza tenía.
Terminó el desayuno y subió al cuarto de baño, una ducha le despejaría la mente y seguramente le quitaría el malestar. Además, su vejiga estaba a punto de estallar.
El espejo le devolvió una siniestra mirada:
- Mierda, parece que lleve cuatro años sin pegar ojo.
Unas grandes bolsas grisáceas le colgaban bajo los ojos. Siempre había tenido unas buenas ojeras, pero hoy parece que estaban especialmente resaltadas.
Se metió en la ducha, a medida que dejaba su mente en blanco y trataba de relajarse. Le esperaba por delante un duro día de trabajo y necesitaba todas las fuerzas que pudiese reunir.
"Escaleras".
"Cuidado con las Escaleras". Algo resonaba en su mente. Sonaba como un eco venido desde su subconsciente.
- Cuidado con las escaleras, pero qué coño...
Se enjabonaba el pelo de forma ausente mientras estas palabras continuaban acechándolo. "Escaleras". Resbaló. Por algún motivo había olvidado una vez más comprar una alfombrilla nueva para la ducha, la vieja había tenido que tirarla porque la pobre ya daba algo de asquete. Por suerte logró mantener el equilibrio y no fue más que un pequeño susto,recordó comprar la alfombrilla al salir de trabajar.
Este topiezo vaió su mente de todo pensamiento y continuó con su rutina diaria. Sin recordar en todo el día su sueño, sin recordar en todo el día su viaje.

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