jueves, 1 de julio de 2010

UNA PARTIDA DE AJEDREZ (II)

El chirriar de unas ruedas que se acercaban, interrumpió su sueño. Deben ser las 8 - pensó Carla. La doberman empezaba con su rutina matutina despertando a su paso a todo el mundo. De un manotazo abrió la puerta de la habitación, y con la otra mano empujó el carrito contra ella para que esta no se cerrase. Se acercó a la ventana y descorrió violentamente las cortinas a la vez que les profería toda clase de insultos a las moradoras de aquella habitación. Una a una se fueron desperezando pero a Carla le gustaba sacarla de sus casillas. Se hacía la dormida, hasta que la celadora fuera de si se acercaba a zarandearla. Siempre esperaba hasta el tercer o cuarto empujón, para abrir sus ojos, y luego se disculpaba amablemente con una sonrisa pícara. Desde el primer día, culpó al exceso de medicación de su falta de obediencia, y aquel juego la mantenía entretenida en aquel lugar donde los días duraban 72 horas. Incluso con el tiempo logró convencer al psiquiatra para que se la redujese. No había sido fácil; pero aquel anciano, tras cuatro décadas allí encerrado, estaba cansado de pelear y se dejaba ir como método para no complicarse la vida. Aquella mañana Carla se sentía especialmente feliz porque esa misma semana se cumplía la fecha marcada. Al fin los cinco años de internamiento habrían terminado y volvería a retomar su vida donde la había dejado. Ansiaba tanto su libertad pero a la vez el miedo a salir al exterior le asustaba terriblemente. Durante todos aquellos años había tenido tiempo, más que suficiente, para repasar mentalmente lo sucedido en el mes que precedió a su encerramiento. Pero cuántas más vueltas le daba, menos sentido tenía todo para ella . No había ni una sola explicación lógica, al menos,  los asesinatos habían cesado. A veces, a pesar de que el dictamen forense le había sido favorable, creía estar loca o  que la sensatez la abandonaba más veces de lo habitual en cualquier ser humano. Acusada de homicidio por imprudencia, el tribunal dictaminó que su discernimiento se había visto afectado momentaneamente ante los sucesos acontecidos, o dicho en la jerga jurídica: "locura transitoria o trastorno de la personalidad transitorio". El jurado popular también había tenido mucho que ver en el hecho de que Carla no hubiese terminado con sus huesos en la cárcel. Por decisión unánime solicitaron al tribunal, que al no poseer ningún tipo de antecedente, la pena de prisión mayor requerida por el fiscal se tradujese en el internamiento en un centro de salud mental por el tiempo que su señoría estipulase.

La sirena sonaba al fondo del pasillo, rebotando en cada una de las paredes y haciendo un ruido hueco que se mezclaba con el anterior; era la hora del desayuno. Y si no se daba prisa, la doberman le arrebataría la bandeja como ya había hecho otras veces. Entornó la ventana lo suficiente para que quedase una rendija, y que así el humo del cigarrillo robado no pudiese ser detectado. Bajo a toda prisa. Aún no lo sabía pero le esperaban un día muy largo.

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