lunes, 19 de julio de 2010

UNA PARTIDA DE AJEDREZ(VI)

Tras pegarse una ducha, Carla sin otra elección se vistió de nuevo con su único atuendo, que Mario tan atentamente había lavado y planchado. Decidió acompañarlo en sus quehaceres, y así pagarle de alguna manera, todo cuánto estaba haciendo por ella. Sentada a su lado lo emuló y con una bayeta fue limpiando el polvo acumulado en el lomo de los libros. Durante un buen rato, ambos se mantuvieron en silencio, sólo de vez en cuando sus miradas se cruzaban e intercambiaban tímidas sonrisas. Tenía tantas preguntas que hacerle pero temía contrariarle, y la verdad, se había portado tan bien con ella que le angustiaba molestar a tan encantador anciano. Pero la curiosidad por obtener alguna respuesta hizo que rompiese aquella barrera y se atreviese a indagar.
- Supongo, que el camisón es de su esposa.
- Si. En efecto - le contestó tajante el librero.
- Perdone que me entrometa en su vida- continuó Carla- pero compréndame, he despertado en un lugar extraño donde no conozco a nadie y...
- Tienes razón- la interrumpió él- me he comportado como un verdadero maleducado. Espero que sepas perdonar a este pobre viejo. Llevo tanto tiempo solo que a veces me doy cuenta de lo huraño que puedo llegar a ser.
- Pero..

- No,- volvió a interrumpirla- deja que te explique. Aclararé cuántas dudas puedas tener, es lo menos que puedo hacer por ti.
-Inés y yo nos conocimos en el instituto donde ambos dábamos clase. Fue amor a primera vista. - y Mario dejó de limpiar para fijar su vista en el infinito- Al año estábamos casados. Todo lo que podíamos desear nos salía a pedir de boca, y entre el trabajo y nuestras aficciones disfrutábamos de mucho tiempo en común. Al poco tiempo comenzamos a venir aquí los fines de semana. Inés me había comentado que había heredado, de sus abuelos, una casita en la montaña. Cogíamos cada viernes el coche, y desde Barcelona, en poco más de dos horas llegábamos aquí. Fuimos restaurándola poco a poco, buscando piezas antiguas por ferias y rastrillos, rescatando algún mueble que otros veían inservible. Y luego fuimos transladando la inmensa colección de libros que ambos, habíamos ido atesorando, durante años. - Hizo una pausa, y tragó saliva.- Eramos tan felices. Tan, tan felices. Sin embargo, el destino debió de pensar que aquello era demasiado perfecto para ser verdad. Y un buen día, tras diez años, no pude acompañarla un fin de semana. Debía acudir como ponente a un Congreso, por fin mi labor como Historiador estaba comenzando a dar sus frutos, y a pesar de que me dolía separarme de Inés estaba encantado con aquel trabajo. Decidió venirse sola, al fin y al cabo, en Barcelona tampoco tendría compañía y aquí, al menos, estaría entretenida. Cuando venía de vuelta, un camión se quedó sin frenos e invadió el carril contrario.- El hombre comenzó a sollozar e interrumpió su relato y Carla, sobrecogida, se acercó a él para consolarlo- El único consuelo que tengo, - continuó- es que no sufrió. El atestado de la Guardia Civil aseguraba que tras el fuerte impacto había muerto en el acto. En el colegio me obligaron a coger la baja por culpa de mi depresión, lo que todavía me hundió más. La falta de actividad me dejaba demasiado tiempo libre y durante aquel tiempo la única cosa que tenía en mi cabeza era su muerte. Me sentía culpable de lo ocurrido, y entonces decidí, que lo mejor sería acompañarla. Dejé de comer, me abandoné a mi suerte, hasta que un buen día un compañero se pasó por el piso para saber como me iba. Me encontró en un estado tan lamentable, que pasé un tiempo en el hospital, recuperándome. Jaime me ayudó a salir de aquel infierno y me convenció de que valía la pena seguir viviendo. Pero en Barcelona no había nada que me retuviese, así que, pedí una excedencia, vendí el piso y me vine aquí esperando reconducir mi vida. Aquí todo me recuerda a ella, es como si nunca se hubiese ido, y esto me hace sentir bien. Me refugié en nuestros libros, ordenándolos, cuidándolos, encuadernando aquellos que estaban ya demasiado viejos. Hasta que me di cuenta de lo que disfrutaba con esta labor y, entonces, envié una carta al director del colegio explicándole que no volvería jamás. Han pasado ya veinte años y sigo enfaenado en esta actividad; voy pueblo por pueblo, ciudad por ciudad buscando ejemplares que ya nadie desea y los adopto. Es el pequeño tributo que le rindo a ella, y para sobrevivir, monté esta pequeña librería para cubrir mis gastos.
Ambos se quedaron en silencio durante un buen rato. Ninguno de los dos sabía que decir; Carla seguía estupefacta por la revelación de su compañero, y él creyó adecuado omitir ciertas partes de la historia. De hecho, no podía confiar plenamente en alguien que había recogido en un camino apartado, y de la cuál no sabía absolutamente nada.

En el reloj de la iglesia sonaron las dos. Era la hora de comer y Mario, con una sonrisa, así se lo hizo saber.

2 comentarios:

Serch dijo...

pues esperando el siguiente capítulo.
Por cierto, llevo sin ordenador desde el viernes pasado, espero arreglar pronto el asunto, por eso no entro. Leer desde el móvil es una agonía y aún más escribir...
Veo q el blog sigue funcionando así q no hay problema. :p

fini dijo...

pues venga a ver si lo arreglas rápido, yo en breves voy a colgar un cartel de "Cerrado por vacaciones" hasta septiembre, no lo abandonaré del todo pero seguro q no entro tan a menudo...jejeje.

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