sábado, 3 de julio de 2010

UNA PARTIDA DE AJEDREZ (IV)

Tras la trifulca los internos comenzaron a salir al patio, sentados en los bancos que poblaban aquel jardín, disfrutaban de los primeros rayos que se colaban entre los majestuosos camelios. Alguno por su avanzada edad necesitaba de ayuda para desplazarse, enfermeras y celadores los conducían hasta el lugar elegido por cada uno, y aquellos uniformes blancos que iban y venían rompían la perfección cromática de aquel cuadro. Carla seguía dándole vueltas a la frase, seguro que el acertijo es fácil - pensó, pero esta mierda de medicación no deja que me concentre. Se le ocurrió que si pudiese tener acceso a un ordenador, a través de Internet, podría intentar dar con una solución. Había varios en el edificio, uno en la entrada, pero las recepcionistas no abandonaban su puesto en todo el día, el segundo estaba en el despacho de la directora, que a esas horas aún estaba trabajando y el tercero, estaba en la consulta de Luca de Tena, el psiquiatra. Corrió hacia la entrada, burlando a su paso a todo aquel que podía desbaratar la idea que había tenido. El despacho estaba en la primera planta, y la cafetería aunque en el mismo piso, estaba situada en el ala sur del edificio. Sólo necesitaba esperar hasta las once, a esa hora todas las mañanas como un reloj, el doctor hacía un alto en el camino y durante media hora tomaba su café y hojeaba la prensa. Faltaban cinco minutos, se coló en el cuarto de la ropa sucia, y allí entre montones de camisones y sábanas espero a tener vía libre. Pasaban diez minutos de las once y oyó como la puerta del despacho se abría, unas voces que sonaban lejanas acordaban una reunión para el día siguiente a la misma hora. Se despidieron mientras que la llave giraba en la cerradura. Los pasos fueron alejándose hasta que el claqueteo se perdió en la lejanía del pasillo; era el momento de ponerse manos a la obra. Necesitaba algo metálico para abrir la cerradura, un alambre, una horquilla del pelo, pero todos sus objetos personales le habían sido requisados una vez había entrado, para preservar así la seguridad de todos los internos.

Se desabrochó el sujetador, los aros eran metálicos, y a falta de otro tipo de instrumental creyó que podrían servirle. Consiguió quitar el primero, pero cuando intentó estirarlo, este rompió por la mitad. Cada vez estaba más nerviosa, sus manos temblorosas sudaban y esta vez le llevó algo más de tiempo hacerse con el segundo de los aros. Lo introdujo en la cerradura, después de un par de intentos decidió que no iba a resultar tan fácil como había pensado, pero ya que estaba allí no quería darse por vencida. Siguió enfaenada hasta que, por fin oyó un clic, que la avisó de que lo había conseguido. Afortunadamente para Carla, el doctor seguía haciendo gala de su carácter vago y perezoso y se había marchando dejando el ordenador encendido. Abrió un buscador y tecleo todo lo rápido que pudo las dos palabras claves de aquella frase: elefante y obispo. Comenzó a leer.
Pues claro- dijo ella en voz alta- como he podido ser tan tonta, lo tenía delante y no lo he visto. Los comienzos del ajedrez habían sido en la India y luego se expandió por la antigua Persia. Como juego que representaba la batalla en el tablero, las figuras simbolizaban a cada uno de los participantes. En ambos lugares el elefante era un instrumento fundamental en cualquier confrontación, y en árabe el elefante se denomina " al pil". Pero cuando siglos más tarde, los árabes lo introdujeron en Europa, la sociedad medieval de la época lo adaptó a sus costumbres y aunque mantuvo su nombre "alfil", pasó a encarnar a una figura importante de la época: al clero, más concretamente, se le denominó el obispo.
Salió inmediatamente de la habitación, le inquietaba poder ser descubierta y que todo se fuese al traste. Volvió al jardín y ocupó aquella parte del césped que le pertenecía por derecho. Apoyó su espalda sobre un tronco vetusto, y con la cabeza reclinada esperó como aquel científico, a que una manzana cayese del árbol. Estaba sobrecogida por su descubrimiento, al final todo volvía a donde lo había dejado, la partida de ajedrez. Pero quién era aquel hombre que además de conocer su nombre también sabía de su afición por aquel juego. Quizá era el asesino que siguiendo sus pasos la había seguido hasta allí, pero no podía ser. Algo muy extraño estaba sucediendo y escapaba a su entedimiento. Y lo peor es que mientras estuviese allí encerrada estaría atada de manos para descubrir algo nuevo. La jefa de las enfermeras se acercó a ella con un sobre en las manos. Traía buenas noticias; antes de irse de vacaciones, el juez había adelantado su salida una semana. Al día siguiente sería libre.

Carla salió de la ducha, se vistió a toda prisa con la misma ropa con la que había llegado allí, cinco años atrás. Había perdido algo de peso, los vaqueros le flojeaban y la camiseta se le veía bastante holgada, pero tampoco era el momento adecuado para quejarse, no iba a presentarse a ningún concurso de belleza. Con el pelo aún goteando improvisó un moño, sujetándoselo con el lápiz que le había pedido a la celadora, esa mañana. Se acercó al espejo, las ojeras marcaban su rostro cansado; aquella noche no había podido conciliar el sueño y se había dedicado a hacer largos por toda la habitación. Se ató las zapatillas y se dirigió hacia recepción tal como le habían indicado: allí le delvoverían sus cosas. Después de una angustiosa media hora, la directora del centro apareció acompañada del médico. El psiquiatra le extendió un par de recetas, para que siguiese con su medicación, al menos durante otro año.  Mientras, la directora no le quitaba ojo, a pesar de que mostraba la más grande de sus sonrisas, en sus ojos podía verse el tremendo odio que le profesaba. Con los brazos cruzados sobre el pecho parecía una de aquellas antiquísimas matronas de las inclusas, con el ceño fruncido siempre, esperando a que cometieses el más mínimo error para poder castigarte en el cuarto oscuro. A pesar de ello acercó una de sus mejillas a la de la joven y tras darle un tímido beso le deseo lo mejor. Recogió su bolso, y sin mirar atrás puso rumbo a su nueva vida, a través del camino empedrado que la separaba de la salida. Tras enseñarle el parte de alta al guardia de la garita, Carla por fin, era libre.
Respiró profundamente, ahogó un grito gutural que peleaba por salir de su garganta, y tras esto las lágrimas resbalaron una tras otra por sus mejillas. Había ansiado tanto ese día, que ahora se sentía totalmente perdida: sin casa, sin trabajo ni dinero. No sabía adonde ir.

2 comentarios:

fini dijo...

Ray espero ir resolviendo tus dudas, aunque sea poco a poco!!!:)

Serch dijo...

Si, creo que está muy interesante la historia.
Lo de las dudas fue porque había pensado que la historia se acababa, y en plan que no me enteraba de nada. Pero ahora ya se ve que sigue la cosa, y está entretenida. A ver qué se te ocurre para ir relacionándolo todo :P

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