sábado, 20 de noviembre de 2010

UNA PARTIDA DE AJEDREZ (XIII)

Durante varias horas, Matías le relató, pormenorízadamente, a Carla como habían llevado a cabo aquella investigación, y como había llegado a manos de Inés, las primeras figuras.
- Claro, ahora entiendo. Aquel libro que me enseñaste, aquel...en el que hablaba de un ajedrez mágico.
- Si, - dijo Manuel meneando la cabeza- el ajedrez de Carlomagno.
- Entonces, tú lo sabías todo. Me has engañado desde un principio.
- No exactamente - apuntilló Matías. El día que te encontré, salí en tu busca porque tu padre me llamó para pedirme un favor. Sólo me dijo que una chiquilla estaba a punto de salir del psiquiátrico, que necesitaba que me ocupase de ella durante un tiempo. Pero jamás mencionó que eras su hija. Lo descubrí momentos antes de que tu entrases en la habitación, con la barra de hierro en las manos.

- ¿Qué se ocupase de mi, por qué? - asestó inquiriosamente a Manuel.
- Ellos han dado contigo. Ya que no pude ocuparme de ti, al menos, debo preservar tu integridad física.
- ¿Quiénes? ¿Pero de qué me estáis hablando?¿Tan importante es ese ajedrez? No entiendo nada.
- Cuando conseguimos descifrar el contenido del lienzo - continuó Manuel - dimos con una fórmula, o algo que simplemente se le  parecía. Pero lo realmente importante es que tardamos tiempo en saber cuál era su fin.
- Inés lo descubrió.
- Aquella confesión devolvió a Matías a su juventud. A aquellos tiempos, en los que disfrutando de la compañía de su esposa, se había sumergido en busca de un ajedrez mágico. Todo el tiempo del que disponíamos lo dedicábamos a viajar, a indagar, a leer hasta que nuestros ojos se secaban bajo las luces tenues  que iluminan las bibliotecas. Absortos dentro de nuestro mundo, dejábamos volar nuestra imaginación hasta ese mundo imaginario que ambos creíamos que existía en algún lugar. Tanto era aquel afán por encontrar respuestas que incluso algunos días se nos olvidaba comer. Sólo la cafetera permanecía todo el día junto a nosotros. A pleno rendimiento daba lo mejor de si misma, y sin darle tiempo a que el calor abandonase sus entrañas, de nuevo volvía a resurgir. Era el cierre del triángulo, era el círculo que nos preservaba de todo mal.
 Las pesquisas, - y ya no pudo contener las lágrimas, que en tropel, se deslizaban ahora por su cara- al fin dieron sus frutos. Aprovechamos unas vacaciones de Semana Santa y nos desplazamos hasta Odessa. En verdad, creí a Inés cuando me dijo que sólo quería ir allí para descansar, pero resultó ser una de sus mentiras piadosas. Quería darme una sorpresa, y por supuesto que me la dio. Al despertarme una mañana, no estaba en la cama. Cogí el batín y salí al balcón en su busca. Allí estaba disfrutando de las vistas mientras desayunaba. Pero sabía que algo tramaba cuando vi dibujada aquella sonrisa en su cara. Me invitó a sentarme a su lado, y que la acompañara en el desayuno. Me sirvió un bollo y un café, y mientras yo me ponía el azúcar, ella me acercó la bandeja con la prensa diaria. Al levantar el primero de ellos, las descubrí. Eran maravillosas....son maravillosas. Brillantes, magníficas, descansando sobre aquella bandeja invitaban a quienes las observaban a adentrarse en un mundo mágico, sobrenatural, que a más de uno le pondría los pelos de punta. Miré a Inés, supe en ese instante, que jamás me revelaría de donde las había sacado, pero en aquel momento no sentí la necesidad de ahondar más en ello. Lo dejé correr, pero cuando ella murió, me sentí culpable por no haberle insistido más. Sucedió sólo una semana después. No le fallaron los frenos como luego dijimos, no hubo ningún coche que invadiese su carril, no se quedó dormida como otros apuntaron. Alguien echó su coche de la carretera. Siempre he creído que fueron aquellos que querían poseer LA REINA NEGRA.

A 200 kilómetros de allí, un coche con las luces apagadas entró por la calle principal. El reloj del campanario marcaba las dos de la madrugada, y sólo un gato callejero sería el único testigo de lo que acontecería en las siguientes horas. Antes del amanecer, todo habría terminado. Otra partida nueva estaba a punto de dar comienzo; el caballo blanco fue el primero en mover.

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