sábado, 18 de diciembre de 2010

La Catedral

Hace algún tiempo ya que llegué hasta aquí, con mi mochila a cuestas, llena de historias, de esperanzas y de anhelos; y también con las penas y tristezas del que viaja por el mundo de un lugar a otro. La obra, aunque en cimientos, ya mostraba su majestuosidad, y sin poder apartar mi vista de ella, día tras día me acercaba a ver como sufría pequeñas variaciones. Había algo en ella que me atrapaba, que seducía cada uno de mis sentidos, que zarandeaba el fino hilo que separa la cordura de la locura. Entonces, sucedió: una mañana el capataz de la obra se me acercó y me ofreció  participar en la construcción. No me sentía con fuerzas de hacerlo, pero en cambio, no podía resistir la tentación de no ser partícipe. En aquel mismo momento, abrí mi atillo, y desempolvé mis pocas herramientas, que comenzaban a oxidarse por la falta de uso. Al principio, mis torpes dedos, no eran capaces de moldear la piedra como yo quisiera, pero luego, a medida que pasaban los días y las semanas, todo aquello que había aprendido volvió a surgir como si siempre hubiese estado ahí. Me siento feliz, tras casi un año de arduo trabajo, la obra avanza, y comienzan a perfilarse en el horizonte todos nuestros sueños. Mientras golpeo el martillo, cada cincelada que doy, una palabra se escribe en algún lugar de la historia, se eleva una voz que quedará grabada en la mente de aquellos que en un futuro admirarán nuestra obra. Estoy seguro. Desde ahora, esta es nuestra casa: porque nos merecemos el reconocimiento de haberla creado, nuestra, porque es la morada filosofal que creamos aquí en la tierra. Pero sobre todo, también es vuestra casa, y la de todos aquellos que la visitáis, y la visitaréis en un futuro. Esta será la catedral de nuestros sueños; seguiremos luchando bajo el amparo de su bóveda, y nos dejaremos guiar por la luz que entra por sus ventanas. Pero, hasta que esto suceda, aún queda mucho trabajo por hacer: la piedra es dura, y en ocasiones, sólo la fuerza de las herramientas no es suficiente para ablandarla, es entonces, cuando debemos echar mano de ese conocimiento, de las enseñanzas ocultas tras los altos muros de la ignorancia. Sin embargo, sólo soy un peón, un simple aprendiz de obra, al que le quedan muchos peldaños que subir,  para alcanzar su meta.

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